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El Golpe no ha dejado de acontecer

Por Pablo Aravena Núñez, Director del Instituto de Historia y Ciencias Sociales de la Universidad de Valparaíso.

La circulación de un video en donde se ve a funcionarios de Carabineros golpear a un hombre de sesenta y nueve años ha sido lacerante para quienes tenemos memoria viva de la represión de Pinochet. El registro corresponde al pasado domingo ocho de marzo en las cercanías de Plaza Italia.

Se ensañaron con él, le dieron palos en la cara y lo molieron a patadas, la única defensa y auxilio se lo prestaron unas mujeres valientes que encararon a los funcionarios, se pusieron de escudo humano y filmaron para dejar registro. ¿Cuántas veces de niños no vimos o escuchamos cosas así?, ¿cuántas historias de detención y ejecución política no siguen el mismo guión de ensañamiento y crueldad?

La Intendencia se querella contra el anciano por desórdenes en la vía pública. Por el noticiario el Ministro Larraín dice que le parece un acto brutal, pero en medio de una declaración que va en la línea de que hay que contextualizar, que sólo ha circulado una parte del video. Y así repite también la otra parte del guión, la de quienes hablan desde una asumida voluntad de justificar el horror apelando al contexto. Se dijo en el pasado, se dice ahora mismo en la televisión, se comienza a escuchar en la calle de boca de la gente común. ¿Qué podría hacer “más comprensible” este nuevo acto de barbarie? ¿La patada que el hombre le da segundos antes a otro carabinero, blindado y adiestrado para violentar, para liberar a otro manifestante? ¿Por qué a estas alturas de nuestra historia un Ministro puede decir por televisión que hay que esperar para saber mejor qué pasó?

La respuesta es difícil de asumir: porque en verdad pocos se escandalizarán con dicha declaración. Él lo sabe, se ha ido preparando el ambiente para que así sea. Pero habla también para esa otra parte de la población que ha pasado de molestarle la dinámica de las manifestaciones callejeras a pedir o esperar “acciones firmes” para restablecer el orden.

No es de aguafiestas, sino que es un deber ético y de responsabilidad política hoy advertir que esa masa crece también. El gobierno subirá su porcentaje de aprobación cuando les dé en el gusto, no cuando –cosa además inimaginable–  inicie un proceso de reales reformas (¿Por qué lo haría? ¿Por qué debiéramos esperarlo?). Hay que incorporar esta variable a los análisis.

Kant, en sus escritos de filosofía de la historia, llamó “terroristas morales” a los agoreros, a quienes sostenían –contra él– que la historia no iría “hacia mejor”. Dos siglos más tarde, Hayden White, en la primera parte de su Metahistoria, escribió que Kant en verdad no estaba convencido racionalmente de lo que sostenía y que la construcción filosófica para sostener tal afirmación obedecía a un imperativo ético: de otro modo los hombres y mujeres no se animarían a emprender los proyectos trágicos necesarios para que la historia progrese. Hasta ahí White, lo siguiente lo digo yo: pero no hubo progreso, al menos ese progreso moral de la humanidad del que hablaba Kant.

El siglo XX está eclipsado por el horror, se ha escrito mucho sobre esto, es ya una gastada tesis. El siglo más violento de la historia, es la conocida tesis del historiador británico Eric Hobsbawm. Ningún progreso científico ni reivindicación social alcanza para “compensar” –si fuera posible plantear las cosas así– el holocausto. Nada permitirá, jamás, en Chile aplacar ese mal del que somos capaces como sociedad que aparece en las narraciones de las torturas, de las formas de matar y desaparecer, en ese desprecio abismante por la vida humana con el que funcionaron (y funcionan) agentes que el Estado mantiene, en esa indiferencia y cinismo de importantes capas de nuestra sociedad que dijo no enterarse de nada, miró para otro lado, y así participó del mal.

Ya no es posible proceder kantianamente, simplemente avivando el entusiasmo. Quienes las fungimos de intelectuales no podemos limitarnos a aplaudir las pequeñas gestas o, peor aún, a ir de “radicales”. A lo que nos debemos es a la interrupción, a la impertinencia. (Tampoco podemos mentir negando el rol de la violencia en la historia)

Con los actos de barbarie que hemos visto, incluidas las declaraciones del Ministro, más “la traición de los intelectuales” –como lo denominó a mediados de siglo XX Julien Benda– no estamos aún muy lejos del Golpe. ¿Y qué hay del llamado “despertar” entonces? ¿Se lo puede desconocer? No, pero si no incorporamos todo lo que debemos al análisis para “transformar los sueños en planos”, no iremos muy lejos. Nada por ejemplo, al menos hasta donde conozco, se ha dicho sobre las condiciones geopolíticas, sobre la disposición del concierto internacional y latinoamericano, sobre los intereses que tocarían esas reformas que deseamos, sobre la magnitud de los sujetos y poderes a los que nos tendríamos que enfrentar. Estamos afirmados casi puramente en consignas. Hay que tener memoria para verlo. El reverso de una generación sin miedo es una generación sin memoria ni conciencia histórica. http://www.elmartutino.cl/noticia/sociedad/el-golpe-no-ha-dejado-de-acontecer

Universidad de Valparaíso

Facultad de Humanidades y Educación

Instituto de Historia y Ciencias Sociales

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